¿Quién quiere esta España?

Cristo y la legión

(Publicado en La Hora Digital el 4 de marzo de 2019)

La situación política y social en España está de un marrón oscuro y oscureciendo; color como el de las heces sanguinolentas que producen ciertos trastornos del tubo digestivo. Refuerza el símil el hecho de que España apesta. Por supuesto, no es el único país que apesta, me apresuro a decir antes de que alguien oponga ese argumento de consolación inútil. Pero el hedor que nos incumbe es el que nos marea por cercano a nuestras narices. Lo que nos acora es que el lugar en el que vivimos, nuestra casa, está cada vez más sucio, más oscuro y más apestoso.

Oscurece la situación política porque un día nos enteramos de que el partido que gobernaba el país y varias comunidades autónomas y ayuntamientos llevaba años utilizando el dinero de nuestros impuestos para financiarse y enriquecer los bolsillos de un ingente número de sus líderes nacionales y locales incluyendo a M. Rajoy. Y oscurece la situación social porque los escándalos de corrupción y los juicios a los corruptos empiezan a aburrir por cotidianos hasta el punto de integrarse y ser aceptados dentro de la normalidad. La gente se cabrea cuando estallan las cifras de lo que nos han robado. Pero los nombres y las cifras se olvidan pronto. Lo que queda instalado en el subconsciente es el cabreo; una sensación de malestar en la que se mezclan la ira, la desconfianza, la impotencia, un desapego cínico a los políticos, una resignación que no deja lugar a la esperanza. Las cosas son como son y aceptarlas como son es un signo de madurez, cree el español medio sin darse cuenta de que lo maduro se puede acabar pudriendo. A millones de españoles medios se les ha podrido la conciencia de su dignidad de ciudadanos y con ella la responsabilidad que esa condición exige. De su relación con la política solo les queda el cabreo, y al cabreo lo alivian con la indiferencia.

Políticos e intelectuales de disciplinas diversas se ponen a analizar el crítico estado que padece la España de hoy como un consejo de médicos que aportara opiniones para llegar al diagnóstico de un paciente con una enfermedad rarísima. Los artículos que escriben son autófagos, como se decía hace unos años; es decir, que los analistas solo se leen a si mismos. A la mayoría de los españoles, todos esos sesudos análisis le importan menos que un rábano porque no les ve utilidad alguna fuera del lucimiento personal. El español anónimo está tan harto de los discursos sobre abstracciones que solo presta oídos e interés a quien le hable de cosas concretas que pueda entender y digerir como digiere el pan suyo de cada día.

Lo que pasa aquí que todos pueden entender es que, de repente, cambia el gobierno. El partido del gobierno anterior no se resigna y empieza una campaña desesperada para recuperar el poder. Rápidamente se buscan especialistas en propaganda de reconocido prestigio que se han ganado la fama asesorando a políticos sin escrúpulos. Hoy la falta de escrúpulos permite a un político jugar con ventaja. Se ha demostrado indiscutiblemente la efectividad de la mentira, y el político que tiene más triunfos en la mano es aquel que no hace ascos a mentir con una sonrisa de bendito de Dios. Todos sabemos desde siempre que los políticos en campaña prometen el oro y el moro, pero en ese paquete de promesas no todas son falsas; las hay que nacen del optimismo de los políticos de buena fe con ganas de cumplirlas. Dos ejemplos sencillos: Pedro Sánchez promete que va a relocalizar la momia de Franco y tiene intención de hacerlo, pero en cuanto lo intenta, descubre que los dueños legales de la momia se oponen al traslado y que las leyes les permiten retrasarlo hasta dejar la promesa de Sánchez en el “no se pudo”. Mariano Rajoy dice y repite que cuando él y su partido lleguen al poder bajarán los impuestos y subirán las pensiones. En cuanto llega a la presidencia, los impuestos suben y las pensiones bajan. Aquí no hubo leyes que le impidieran cumplir sus promesas; hubo promesas que salieron de una decidida voluntad de mentir. ¿Entiende la diferencia el español anónimo? La mayoría parece no entenderla y, lo que es peor, a la mayoría parece que no le importa. En lugar de tomarse unos minutos para pasarle el problema a su facultad racional, prefiere despacharlo con un “todos son iguales”; conclusión rápida que el hábito convierte en convicción; convicción que permite librarse del trabajo de pensar.

Libres del trabajo de pensar, un gran número de españoles se apunta a los eventos que los partidos políticos organizan por todo el territorio nacional. ¿Pero no quedamos en que la mayoría pasa o abomina de la política? Es que en esos eventos nadie les va a dar el tostón de hablar de política. Los tiempos han cambiado. Los organizadores de eventos políticos de hoy intentan emular a los guionistas de series y películas procurando ofrecer al público chutes de adrenalina que le enciendan luces de colores en el cerebro. Ni a Casado ni a Rivera se les ocurre aburrir al personal desgranando propuestas políticas que, de todos modos, nadie se va a creer. Lo que sí puede esperarse de los dos es bronca, y la bronca siempre divierte un montón. Solo así puede explicarse que el partido con los valores y propuestas más prehistóricas de este país haya podido congregar a novecientos jóvenes muy jóvenes en el local de lo que fuera la discoteca más famosa de la movida, y que todos envueltos en banderas de España cantaran con entusiasmo el himno de la Legión. La antigua Pachá estaba oscura. Todas las discotecas lo están. Y abarrotada, como todas. De madrugada, las discotecas huelen a borrachera, a sexo de aquí te pillo. Pero la antigua Pachá olía a otra cosa. Olía a novecientos jóvenes proclamándose antifeministas, antiemigrantes, antiautonomistas; a favor de silenciar a las mujeres que denuncian malos tratos y violaciones y de silenciar a las personas y organismos que las defienden; a favor de una España libre de buenistas valores humanos que frenan la bestia que todos llevamos dentro; una España que vibre con la emoción de la sangre, de la muerte. Novios de la muerte se proclamaron esos novecientos jóvenes que apenas están empezando a vivir. La muerte del cuerpo anuncia podredumbre. La podredumbre apesta. Apestan esos viejos que se suben alegremente a los autobuses que el partido prehistórico les ofrece y se bajan contentos con el viaje y la socialización con nuevos compañeros y se sientan con muchas ganas de ver y oír a ese español de pelo en pecho y barbita bien cuidada que habla como los ángeles de aquella España tan bonita en la que vivían sus padres y dice cosas tan emocionantes como las que cantaba Manolo Escobar. ¿A qué huelen esos mítines? Huelen a viejos que no han querido seguir el ritmo del tiempo, que ni saben ni quieren vivir aquí y ahora. Dicen las últimas encuestas que se espera que en las generales Vox obtenga el 10% de los votos más o menos, es decir, que unos dos millones de españoles le van a votar. Sumemos los millones de los que votarán por las mentiras de Rivera y Casado, por sus promesas de mantener a Cataluña en un estado de revuelta permanente humillando y reprimiendo a los catalanes, y de mantener en los españoles el rechazo a todo lo catalán. ¿De qué color es la España cabreada? ¿A que huele?

A la prensa le gusta el partido prehistórico y le gustan sus correligionarios del PP y Ciudadanos. Venden. El domingo pasado, por ejemplo, Inés Arrimadas, segunda de Rivera, le regaló a la prensa un evento en Waterloo de lo más delirante. Con un grupo de los suyos se fue a decirle a Puigdemont, presidente de la república inexistente de Cataluña, que ni la república ni él existían. Parece una locura, pero en la España de hoy, el evento tenía un sentido profundamente pragmático. Ciudadanos, partido creado para borrar el catalán de las lenguas vivas y a Cataluña de las autonomías, necesita a Puigdemont y su procés para sobrevivir. Sin el conflicto catalán, Ciudadanos no tiene razón de ser porque Rivera y los suyos no tienen un proyecto político que justifique su existencia. La misión de Arrimadas era devolver a Puigdemont y su palacio presidencial a los periódicos y a los informativos de radio y televisión, de donde estaba desapareciendo por hartazgo de lectores, oyentes y espectadores. La misión de Puigdemont era aprovechar el evento entreabriendo la puerta de su palacio para que las cámaras notaran su sugerida presencia y Arrimadas no se quedara con todo el protagonismo. Los dos consiguieron su objetivo. De hoy al día de las elecciones, los políticos independentistas deben estar rogando a sus santos, religiosos y laicos, que el partido prehistórico y los otros dos matacatalanes consigan sumar escaños suficientes para gobernar a España. En sus momentos bajos, tal vez se animan imaginando las calles de Barcelona y de las otras tres capitales bloqueadas cada día por multitud de valientes; cubiertas de esteladas clamando justicia, suplicando a Europa y al mundo entero ayuda para liberarse de la España fascista. De hoy al día de las elecciones, los tres partidos de la bronca recorrerán España atizando el patriotismo de los ingenuos para que estalle en las urnas contra el socialista traidor y los catalanes independentistas que quieren separar a Cataluña de España para quedársela. Los unos quieren levantar otra frontera, un muro más que separe a los de aquí de los de allá. Los prehistóricos quieren levantar un muro de odio que les sirva para pescar votos en elecciones sucesivas. ¿Qué España quieren? Una España oscura y maloliente donde el cabreo no permita razonar a los españoles, mucho menos ponerse a limpiar y a desinfectar.

Pero he aquí que de repente asoma el sol. Dicen las encuestas que las elecciones las gana el socialismo. Los tres partidos de la bronca se retuercen como vampiros amenazados por el amanecer. No ganará, se dicen. La masa está tan bien amasada por la crisis y los siete años de gobierno del PP que no sabe lo que es el socialismo. Y es cierto. La mayoría no lo sabe ni le importa. Las características del socialismo se estudian en Políticas y la gente no tiene ni tiempo ni ganas de ponerse a estudiar. Lo que sí sabe, lo que sí le importa es que el gobierno de un partido que se llama socialista ha subido el salario mínimo y las pensiones y ha decretado tres o cuatro cosas más de las que conciernen a los bolsillos y tiene una cantidad de medidas similares programadas para implantarlas si vuelve a gobernar. Lo que sí sabe es que al frente de ese gobierno está un tipo joven y guapo, pero más bien aburrido porque la bronca no le va. Habla de lo que va a hacer para que la gente decida si es eso lo que puede transformar a España en un país donde todos encuentren el lugar idóneo para vivir su vida.

Dicen las encuestas que algo está pasando en esta España oscura y maloliente. Pasa que a todos nos gusta demasiado el sol como para resignarnos a la niebla, a las tormentas. Pasa que nos gusta el olor del mar y de la montaña; el olor de la libertad. Pasa que a los españoles nos gusta vivir en una España luminosa de todos los colores. Pasa que las mentiras y las broncas nos divierten un rato pero no para convivir con ellas todos los días. Pasa que la política nos aburre y los políticos nos cabrean, pero si resulta que los políticos hacen algo para que vivamos mejor, ya es otra cosa y merece nuestro interés. Pasa que en el fondo, los españoles somos mucho más listos de lo que parece, y el día de las elecciones, la mayoría no irá a votar por banderas ni por patrias ni por abstracciones; irá a votar por quien le ofrezca mayores garantías de gobernar para que el país sea y no deje de ser la España en la que la mayoría queremos vivir.

 

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