¿Quién es fascista?

Publicado en Publicoscopia el 13 de diciembre de 2015

La falta de cultura lleva a simplificaciones brutales. Aquí, en España, el fascismo se identifica con Franco y, por extensión, fascista se utiliza como sinónimo de reaccionario y, a tontas y a locas, como insulto contra el adversario político. Este uso del término hace que se ignoren la carga ideológica y las prácticas políticas que define y que a la mayoría se le escape el carácter fascista de movimientos y líderes actuales que en España empujan para hacerse con el poder, presentados por la propaganda como productos rabiosamente modernos. Arrancando de la línea de salida desde una premisa falsa, se intenta y se consigue que la mayoría llegue a una conclusión errónea: si estos partidos son nuevos, no pueden ser fascistas. Pero una cosa es la realidad palpable y otra la lógica. La una es el poste que tienes delante y contra el que te la vas a pegar si no corriges el rumbo. La otra es una forma de discurrir, y cada cual puede discurrir como quiera; respetando la realidad palmaria o analizando la realidad desde la perspectiva de los cerros de Úbeda.

 

Europa está en crisis, una profunda crisis económica y social. Es el clima perfecto para plantar el fascismo y verlo florecer. Marine Le Pen y su Frente Nacional recogieron cosecha la semana pasada. Amanecer Dorado, los neonazis griegos, sientan diputados en su Parlamento y en el Parlamento Europeo. Viktor Orbán, primer ministro de Hungría, brilló recientemente como defensor del nacionalismo xenófobo negando la entrada en su país a los refugiados sirios. Pero no nos distraigamos viajando. España también tiene su fenómeno fascista y, según algunas encuestas, está a punto de recoger millones de votos en las próximas elecciones generales.

Ciertos deslices de Ciudadanos y su líder, Albert Rivera, han conseguido revelar, ya sin lugar a dudas, la ideología radicalmente liberal y de derechas de ese partido. Se le pueden encontrar, en programa y actitudes, claras analogías con el tardo franquismo, por lo que muchos les ponen el epíteto de fascistas en sentido peyorativo, que no literal. Pero en rigor, Albert Rivera no responde al perfil del líder fascista y la ideología de su partido no coincide exactamente con los objetivos y medios que al fascismo definen. Artur Mas y Convergència apelaron al sentimiento nacionalista de los catalanes revistiendo al líder de aureola mesiánica y utilizando símbolos y propaganda a la usanza fascista. Pero este fenómeno, por su ámbito local, debe tratarse en otra parte. Hoy toca centrarnos en España, la nación donde la mayoría de los españoles decidirán el 20 de diciembre en qué tipo de sociedad quieren vivir.

En España solo hay un partido que se guía por los principios del fascismo en sentido estricto, con un líder que exhibe las características del líder fascista de manual, y que pretende asaltar el poder con medios típicamente fascistas adaptados a las exigencias actuales. Ese partido es Podemos.

Dejemos la historia y la teoría política y económica para espacios más extensos y analicemos aquí cómo Pablo Iglesias y Podemos encajan, en su ideología y en sus prácticas, con el movimiento que convulsionó el panorama político en la Europa de entreguerras.

Ideológicamente, el fascismo se sitúa por encima de la derecha y de la izquierda. Rechaza el liberalismo económico de la derecha y rechaza el socialismo de la izquierda radical. Desde ese lugar, libre de ataduras, el fascismo compone un sistema nuevo a base de retales que va cogiendo de aquí y de allá con aportaciones propias que varían según lo que cada líder y colaborador tenga en la cabeza.

Los fundadores de Podemos arrancan llevando en la mochila las convicciones ideológicas del comunismo hasta que se encuentran en un escenario que no esperaban. La mayoría de los españoles, como la mayoría de los europeos, no quiere saber nada de una izquierda radical anticapitalista que quiera destruir el sistema para instaurar un estado totalitario que dirija sus vidas, por más que le digan que el estado se orienta al bien común. Las personas piensan en el bien de su familia. No quieren vivir en una sociedad que a todos uniforme por abajo; en la que todos vivan como pobres. Quieren que el estado les garantice los servicios necesarios que les permitan una vida digna, y la igualdad de oportunidades que les permita soñar con una vida mejor.

Pablo Iglesias y los suyos se dan cuenta de que una cosa es indignarse contra la política liberal y la austeridad dictadas por la Unión Europea y concentrarse a protestar en una plaza y organizar asambleas para que todos puedan opinar sobre el tipo de estado que quieren, el tipo de economía, el tipo de sociedad; y otra cosa muy distinta es incorporarse a la contienda electoral aspirando a pescar el mayor número posible de votos. El pragmatismo se impone. Los fundadores de Podemos tiran sus mochilas y sacan sus antenas para escuchar qué quieren los votantes. Es así como Pablo Iglesias acaba diciendo que lo de derechas e izquierdas es cosa de trileros. Ellos ya no son de allá, son de donde les mande el barómetro. Y es así como se van deslizando de un lugar a otro hasta que descubren dónde se tienen que parar. Los españoles no quieren extremos, quieren centro, que es donde se ubica la estabilidad. Pero el centro no puede ser neutro. La gente pide política social, luego ese centro es la socialdemocracia; al menos hasta obtener los votos que necesitan para imponer la ideología que guardan in pectore. Pero resulta que el espacio está ocupado por el Partido Socialista Obrero Español. ¿Qué hacer?

El fascismo dice que su concepto del estado y de la sociedad puede defenderse por cualquier medio. Este postulado se tradujo en la violencia del fascismo de Mussolini, del fascismo franquista y de su versión nazi en Alemania. En la Cuba de Castro, al principio del régimen, se elimina a los disidentes y, más tarde, se modernizan los métodos limitándose a la encarcelación. En la Venezuela de Chávez y luego de Maduro se aplican los mismos métodos de censura y de represión común a todos los casos y se recurre también a la encarcelación de los disidentes sometiéndoles a los tribunales bajo diversas acusaciones sin garantías legales de defensa. En España no se puede llegar al poder a lo bestia; hay que pasar por las urnas. Pero para asegurarse de que el resultado sea favorable, cualquier cosa vale. Está claro que hay que eliminar al PSOE porque el gobierno desastroso de Rajoy puede pasarle factura y dar la mayoría a los socialdemócratas. Podemos se declara socialdemócrata y utiliza todos los medios de comunicación para atacar al PSOE. Al candidato socialista no se le puede acusar de corrupción o de mal gobierno porque es nuevo, pero técnicas tiene la propaganda que permiten convencer al personal de que Sánchez Castejón no tiene ni personalidad ni nombre propio, por lo que se le pueden achacar todos los defectos y culpar de todas las equivocaciones de los presidentes anteriores de su partido. Que la gente trague dependerá de la propaganda y de la capacidad de convicción del líder.

Y es aquí donde Pablo Iglesias demuestra estar a la altura de todos los líderes fascistas históricos y actuales. Dotado de fotogenia, soltura histriónica y facilidad de palabra, Iglesias consigue colocarse en los medios de comunicación y subir rápidamente al estrellato. Libre de escrúpulos, en cada aparición pública arremete contra el enemigo de sus ambiciones sin permitir que el respeto a la verdad limite sus diatribas. En el último debate por televisión le vimos y oímos acusar a un asesor del PSOE de pertenecer al Consejo de una multinacional cuyo nombre se inventó, acusar a Felipe González de usuario de la trillada puerta giratoria sin especificar que entró en la empresa privada años después de haber dejado el gobierno, y acusar de lo mismo a una antigua ministra del gobierno de Zapatero, repitiendo la acusación a pesar de las protestas de Sánchez. Trinidad Jiménez no está trabajando en la Telefónica.

El fascismo de todos los tipos ha utilizado siempre la censura y la propaganda, escudándose en la necesidad de defender su ideología y su política. En las hemerotecas de diversos diarios y en vídeos de YouTube, se pueden encontrar a los tres fundadores de Podemos defendiendo la censura cuando los enemigos utilizan los medios contra el estado, ya que el estado representa el pensamiento y el sentir de la mayoría. YouTube guarda las pruebas más palmarias de la ideología fascista de Pablo Iglesias y sus colaboradores más próximos. Se les puede ver defendiendo el régimen chavista y manifestando su deseo de importarlo a España. Pablo Iglesias se manifiesta clasista llamando gentuza a quienes están por debajo de su clase social. Monedero defiende la censura. Iglesias contemporiza con los nacionalismos radicales de Cataluña y el País Vasco.

¿Cómo se manifiesta todo eso en el programa electoral de Podemos? No se manifiesta. Los líderes y asesores del partido confían en que la mayoría no se tomará la molestia de leer artículos y entrevistas en hemerotecas ni de ponerse a ver vídeos. La mayoría se quedará con las arengas de Pablo Iglesias sin esperar, tal vez sin desear, explicaciones que convertirían un mitin en un tostón.

Pues bien, el 20de diciembre, de la mayoría depende devolver la dignidad a España como país moderno, justo, solidario, o ponerla a nivel de la Francia que hace poco confesó su cobardía dando mayoritariamente el voto a un partido xenófobo, reaccionario, que promete devolverla al periodo tenebroso en el que en Europa triunfaron los fascismos.

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