Calma chicha

Esta mañana, he tenido la tentación de buscar en mis archivos artículos publicados durante los últimos tres años y sacar frases de aquí y de allá para componer uno nuevo comentando los acontecimientos políticos de ayer. Me resultaría muy fácil vestir el nuevo de rabiosa actualidad. Bastaría cambiar la fecha y las referencias temporales, o sea, corregir un poco el maquillaje para que pareciera recién puesto. Porque lo cierto es que tras el espectáculo montado por los medios con un libreto cargado de lo que excita el morbo: animadversiones, desencuentros, amenazas, zancadillas, caídas, rupturas y  agüeros de lo peor; entre bambalinas no ha cambiado nada.

Hace tres años, Mariano Rajoy sesteaba en su palacio sin que llegara hasta él la bulla de la plebe; sin que turbara su descanso el moscardón de la incertidumbre ante su futuro. La Fortuna le había regalado dos talismanes todopoderosos. Uno, la Crisis, que le proporcionaba una excusa universal para hacer lo que le diera la gana, además del pánico que se iba apoderando de la plebe. El otro talismán;  Pablo Iglesias con su Podemos.  Ni el optimismo más delirante  hubiera podido imaginar el surgimiento de un partido, en principio de izquierdas, dispuesto a disputar votantes al PSOE; un partido liderado por un narcisista que, en su afán desenfrenado por convertirse en famoso mediático, soltaba disparates incendiarios que permitían situarle en el extremo de la radicalidad. Era tal el tirón del personaje que la pesca de votos podía ser impresionante, pero no había peligro alguno de que pudieran llegar a mayoría. De evitarlo, ya se encargaría el pánico.

Hubo un momento, a mediados de 2014, en que Mariano Rajoy vio amenazado su feliz descanso por una molesta inquietud. El PSOE, único rival a tener en cuenta por sus posibilidades de disputarle con éxito el poder, eligió a un nuevo Secretario General y al mismo como candidato a la presidencia del gobierno. Rajoy tuvo que interrumpir su reposo perenne para enterarse de quién era el tal Pedro Sánchez y con qué posibilidades contaba para poner en peligro la hegemonía neoliberal que tan contentos y tranquilos tenía a sus amigos de las finanzas.  Pero no por mucho tiempo ni con gran esfuerzo. Otra vez la Fortuna  le asistió. Cerca de las elecciones y en plena campaña electoral, sonoros compañeros de Sánchez empezaron a ponerlo en solfa ante cámaras y alcachofas. Los medios cantaron aleluya. Tan inaudito espectáculo, bien adobado, podía volver a conseguir que la política compitiera por la audiencia de los programas del corazón. Susana no quería a Pedro, pero los dos estaban condenados a fingirse amor si no querían demoler del todo la casa común.

A Rajoy no le sobresaltó demasiado el resultado de las elecciones. Cómo había predicho por su profundo conocimiento del hombre medio español, grupo genérico en el que se encuentra, la mayoría se decantó por lo malo conocido sin arriesgarse a lo extravagante por conocer.  Iglesias obtuvo un considerable número de votos, pero no los suficientes como para permitirle cortar y pinchar. En cuanto a Sánchez, gracias a los suyos se había quedado por debajo del mayor perdedor del PSOE. Pero había ocurrido algo que, hasta cierto punto preocupaba a Rajoy. El PP, sin mayoría absoluta, tendría que negociar con Ciudadanos y PSOE para que él pudiera conservar la presidencia. Pero he aquí que el tal Sánchez, que se había atrevido a llamarle indecente ante millones de espectadores, decía que no, que no a Rajoy, que no al PP, que no es no y que ahora y siempre seguiría siendo que no. Rajoy le dijo al rey que él no se subía a la tribuna del Congreso para que le dijeran que no y hete aquí que el tal Sánchez se atreve a decirle al rey que él sí está dispuesto a subirse le digan lo que le digan. De pronto, la indolencia innata de Mariano Rajoy le abandonó y una corriente de inquietud electrizó sus nervios. ¿Sería posible que Sánchez y el loco de la coleta le arrebataran el puesto? Pero otra vez, la inquietud le duró lo que las chispas de una bengala. Antes de que Sánchez terminara de hablar con el rey, el de la coleta se puso ante las cámaras y, con pose de winner con Oscar en la mano, le dijo a Sánchez que estaba dispuesto a a dejarle gobernar si le nombraba vicepresidente  y le daba ministerios y secretarías que pusieran bajo el control de su partido los centros más sensibles del gobierno, incluyendo la radio y la televisión, como no. Esa noche, Mariano Rajoy tiene que haberle prendido cuatro velas a la diosa Fortuna en señal de agradecimiento, y seguramente lo hizo, porque la diosa no le ha abandonado hasta hoy.

Nuevas elecciones en el verano de 2016. Otra vez los compañeros más sonoros de Pedro Sánchez se lanzan a las alcachofas para leerle  la cartilla en público. Otra vez Rajoy les deja hacerle la campaña con profundo agradecimiento por quitarle trabajo. Algo se mueve el hombre, pero no mucho, y algo se mira los discursos antes de soltarlos, pero no tanto. ¿Para qué? Le dices a la gente que un plato es un plato, se parten de risa y encima te agradecen que les hayas hecho reír. Los resultados vuelven a incomodarle, pero ligeramente. Sánchez saca menos diputados que la primera vez y sus compañeros y amigos empiezan a pedirle que dimita. Pero el tozudo dice que no y sigue diciendo que no a su investidura. Otra vez, la solución depende de la Fortuna y en ella confía Rajoy más que en la Virgen santísima. La Fortuna decide premiar a su devoto con un prodigio que sorprenderá al mundo y hará historia en los siglos por venir. En un domingo glorioso para Mariano Rajoy y su partido, los amigos y compañeros de Pedro Sánchez le defenestran y nombran en su lugar a una Gestora dispuesta a abstenerse para que Rajoy no se tenga que mudar de la Moncloa.  Mayor fortuna no se había visto nunca ni se verá. O ha tenido Mariano Rajoy la suerte de que, en su tiempo y espacio, le haya tocado lidiar con un PSOE  liderado por tontos de remate o ha tenido la suerte de encontrar en el PSOE políticos que comprenden que en este mundo de ahora y aquí, no hay guapo que quiera enemistarse con los dueños del dinero enrocándose en un socialismo rancio.

Ayer fue un día muy duro para la prensa.  En el congreso del PP no había ni rastro de sal y pimienta que permitiera aliñar el asunto para hacerlo del gusto del personal. Se intentó dar un toque dramático creando un conflicto entre la secretaria general y el nuevo coordinador del partido,  pero ninguno de los dos se prestó a representar la escena. A la desesperada, periodistas y comentaristas se centraron en la parte del discurso de Rajoy dedicada a la independencia de Cataluña, volviendo a echar carbón a la caldera de los trenes destinados a chocar. Pero el tren de los independentistas catalanes va por una vía y el de los salvadores de la unidad de España va por otra. Como ambos corren en círculo, de vez en cuando uno le pasa al otro por el lado, los ocupantes se gritan cosas y siguen su camino repitiendo cada cual su letanía. Eso lo sabe Rajoy, pero con algo tenía que llenar el discurso de aceptación del poder absoluto que el partido le acababa de renovar.

El Congreso de Unidos Podemos que tanto prometía, resultó un fiasco. Otro paseo triunfal y monólogo de Pablo Iglesias, más vistos que el Tenorio. Ni todos  los esfuerzos de la prensa por anunciar el evento como un encuentro a los puños entre Iglesias y Errejón consiguió estimular el entusiasmo del respetable. El resultado de la votación prometió una legislatura de protestas y mítines multitudinarios que mantendrán las calles animadas. Nada, en fin, que pueda inquietar a Rajoy o a sus socios de gobierno. Un partido radical puede llenar, en España, plazas y explanadas, pero no puede conseguir que le voten todos los que le aplauden. La mayoría es tan conservadora como el PP y el nuevo PSOE descafeinado de la Gestora.

¿Y no preocupa a Rajoy  lo que pueda ocurrir en el congreso y en las primarias del PSOE? Miles de militantes, simpatizantes y votantes del partido socialista luchan en las redes sociales y en las agrupaciones para que Pedro Sánchez recupere la secretaría general del partido y vuelva a girar el timón a la izquierda. Si Pedro Sánchez consigue resucitar a la socialdemocracia en España, ¿qué explicación va a dar Rajoy a los amigos neoliberales que le consideran adalid de la doctrina económica del sálvese quien pueda? Rajoy ni siquiera se molesta en montarse una explicación porque está convencido de que su poder absoluto no corre peligro. Unos cuantos miles de inconformistas no bastan para inquietarle. ¿Quién sabe de su existencia? Como si todos los medios de comunicación leyeran el pensamiento al presidente todopoderoso –los periodistas son muy telepáticos- no hay ninguno que mencione a los rebeldes que se oponen a Susana Díaz y a la Gestora. Pedro Sánchez dejó de existir para la mayoría de la prensa el día que le borraron del mapa político para eliminar a la socialdemocracia del panorama español.

 

3 comentarios sobre “Calma chicha

  1. De todas las grandes verdades que viertes en el artículo, hay dos, -a mi entender-, que destacan: una la comentas directamente y otra la dejas ver claramente; la primera que Rajoy ha nacido con una flor en el culo y la otra que la izquierda, si hemos nacido con algo en salva sea la parte, será un buen puñado de ortigas y pinchos varios.
    Son muchas las veces que ponemos en nuestra boca o en papel, el calificativo de radical. Y no está mal, pero se tendría que aplicar mas generalmente de lo que se hace. Solo hablamos de radicalismo de izquierdas o de derechas, para referirnos a extremos de ambas tendencias. Pero no. No solo existe el radicalismo en los extremos, existe en aproximadamente el 50% de los españoles, sobre todo de izquierdas.
    Somos radicales en nuestras posiciones porque no hay dios que nos haga cambiar, relativizar nuestras ideas o nuestros actos.
    Y ese no es un problema menor; es el mayor que tenemos entre la izquierda y por eso nos cuesta tanto ganar a una derecha, también radical, pero en su ideología de defensa de sus intereses.
    La izquierda española en general, queremos el todo o nada, y ese es nuestro principal defecto. No somos nada prácticos. Tanto que nos lleva a la ceguera. Ese radicalismo, no nos deja ver que una unión de la izquierda, no solo es deseable, sino necesaria.
    Ya sabemos que socialistas y podemitas no somos iguales, (si lo fuésemos constituiríamos un solo partido), pero tenemos que comprender que nos necesitamos si o si. La izquierda se ha partido en dos mitades y es necesario unirlas para crear un todo que sume más que la derecha. Que no nos gusta ni a podemitas ni a socialistas, por supuesto que no. Que somos radicales con esa forma de actuar, claro.
    Que por eso la izquierda no ganamos las elecciones por eso, sin la menos duda.

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  2. De acuerdo. Debemos ,por el momento olvidar las diferencias de los diversos partidos de izquierdas y unirnos antes volver definitivamente a las cavernas de la dictadura y al encefalograma plano.

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